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Buscando cuestas: el primer viaje con Azahara. Primera parte.

Restauración BMW R45

Ayer me levanté temprano, tenía una cita con Azahara y no quería llegar tarde. Cogería el tren de las 9 hasta Córdoba, donde me encontraría con ella. A partir de ahí todo sería perfecto. O al menos eso pensaba yo…


A las 7 sonó el despertador, aunque hacía horas que miraba despierto el blanco techo de la habitación. Pegué un salto de la cama y me metí en la ducha, tenía que estar guapo para Azahara, hoy por fin sería mía.

El miércoles había pasado la ITV después de años sin arrancar, cero defectos, me había dicho su orgulloso dueño. ¿Qué podía pasar? Los 150km que la separaban de mi casa en Sevilla se me antojaban una bagatela al lado de las aventuras que tendría que haber vivido esta señorita del 79. Tenía contratado un porte en furgoneta para cinco días más tarde pero no podía esperar cinco días más.

Me pertreché de casco, guantes y abrigo y todo el valor que encontré en mi casa y me dispuse a dar un paseíto de 4km hasta la estación, para templar los nervios. En ese momento no era consciente de que esos kilómetros acabarían pesándome al final de la jornada. Por el camino, el primer presagio, no podía ser mejor, en la puerta del Mercado de la Carne, me daba los buenos días una preciosa Montesa Impala.

Montesa Impala Sevilla

A las 10 estaba en el almacén donde había dormido Azahara durante los últimos veinte años, momento en que Rafael, su actual dueño, la había comprado a su primer propietario. Llegué sofocado fruto de los nervios y la caminata desde la estación de trenes al polígono industrial. Seguía sumando kilómetros a mis piernas.

Intercambiamos pocas palabras, yo por las ganas de subirme a la flamante BMW R45 y Rafael, por la pena que le daba despedirse de su fiel compañera durante tantos años. – Al volver a sentirla el otro día, cuando la llevé a la ITV, me entraron unas ganas terribles de quedármela. – Me dijo. Le entendí perfectamente, pero no podía darle tiempo a arrepentirse. No ahora. Pulsé el botón de arranque y su motor bicilíndrico bóxer de 475cc respondió a la perfección, sin titubeos, despertando con su rugido a la tranquila mañana de sábado.

Restauración BMW R45

Salí a la calle y constaté que la moto pesaba como un monstruo, me costaba mucho tomar las curvas, tendría que acostumbrarme, ya no había marcha atrás. Tampoco frenaba con el rudimentario freno trasero de tambor. Afortunadamente su doble freno de disco delantero la clavaba en el suelo sin problema. Esperaba tenerlo en cuenta cuando un poco más tarde encarase las curvas de la carretera a más de 100 km/h.

Di unas cuantas vueltas por el polígono para acostumbrarme a ella, era pesada pero muy noble, su tranquilo ralentí mañanero fue subiendo a medida que entraba en calor. En paralelo, mis nervios remitían al comenzar a tomar el control sobre la máquina.

Al pulsar el botón de arranque, escuché un ronroneo terrorífico.

Decidí tomar la carretera de Palma del Río, una ruta bastante más lenta que la autovía, pero que me daba más tranquilidad para ir a mi ritmo, que presumía sería tranquilo. Al pasar por Medina Azahara, me pareció una buena idea subir a presentarle el palacio que en parte, había dado nombre a mi nueva compañera.

Restauración BMW R45

Fue justo en este momento cuando mi ánimo cambió radicalmente, de confiada tranquilidad al terror más absoluto. Al pulsar el botón de arranque, escuché un ronroneo terrorífico. El ronroneo de un motor de arranque sin fuerza para mover el cilindro. Me había quedado sin batería.

Pero, ¿cómo era posible? No había recorrido ni diez kilómetros, la batería en teoría era nueva y, al margen de las luces de posición, no había hecho un gasto excesivo de la misma. Para más inri, estos malditos alemanes, mucho más confiados que los españoles, obviamente no habían pensado en esta situación, prescindiendo de algo tan preciado como un pedal de arranque. ¿Qué sería de nuestras motos españolas de los 70-80 sin pedal de arranque? Lo dicho, ¡malditos alemanes!

Calma Rafa, me dije. Apagué la corriente, las luces, todo aquello que pudiera gastar algo de la maltrecha batería y me senté. No podía llamar al vendedor, no me iba a dar ninguna solución, y no había contratado asistencia en carretera pues no esperaba viajar por ahora demasiado con Azahara. Recordé todo lo aprendido con La Primitiva, La Lebrijana o Afortunada, me quité el abrigo y los guantes, los guardé en la maleta, y la miré. Se había convertido en algo personal, algo entre ella y yo. En las segundas citas afloran los defectos que las primeras se han esforzado en ocultar.

Restauración BMW R45

Afortunadamente Medina Azahara se encuentra en un promontorio desde el que se divisa toda la ciudad de Córdoba. Encaré la cuesta y me lancé decidido por ella, confiando tan sólo en el doble freno de disco delantero.

Cuando alcancé una velocidad considerable, engrané la segunda marcha y el rugido del motor me sacó de mi ensimismamiento. ¡Había arrancado! Ya no podía parar, al menos hasta haber cargado la batería, cosa que no tenía manera de comprobar de ninguna manera.

Volví a tomar la carretera, maldiciendo el momento en que había decidido guardar mis guantes y mi abrigo, pues ahora me hacían falta y no me atrevía a parar. Busqué en vano cuestas, pero en la vega del Guadalquivir, las rectas se sucedían, y las cuestas no abundaban.

Cuando había recorrido unos 30km una nueva alarma sonó dentro de mi cabeza: ¡gasolina! No había reparado en ello, no tenía gasolina suficiente para llegar hasta Sevilla, y tendría que parar el motor para repostar. Tendría que buscar una gasolinera con alguna cuesta. Por si fuera poco, la BMW no tenía indicador de nivel de combustible (ninguna moto de la época lo tiene), de manera que no tenía forma de saber cuánta gasolina me quedaba.

No tuve que esperar mucho más, a la altura de Palma del Río un ruido aterrador me sacó de la carretera, tuve el tiempo justo de sacar la moto de la vía principal, por la que discurría con un camión pisándome los talones, y meterla en una urbanización en pendiente.

¿Qué pasaba? Se trataba de un chillido terrorífico. Si como creía, había gripado la moto, se acababa de terminar mi aventura y mi idilio con Azahara. De un plumazo.

 Puedes leer la segunda parte aquí.

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Te cuento qué puedes y qué no puedes hacer para que tu moto pase la ITV y mucho más en Cómo hacer una Cafe Racer (tú mismo)

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