El otro día mi padre apareció con una verdadera reliquia, había encontrado en su casa del pueblo una bicicleta que había pertenecido a mis tías, con la que habían aprendido a montar y que a buen seguro había vivido un montón de historias interesantes. La experiencia en la restauración de la Sanglas había despertado mi curiosidad por el funcionamiento de las cosas y por devolver la vida a objetos ya olvidados, de manera que no dudé ni un instante en que, así como habíamos dado la oportunidad a la Sanglas, esta pequeña visitante no podía ser menos. Y por qué no decirlo, ¡ya echaba de menos quitar óxido! Hoy hablamos de la restauración de una bicicleta de niña Orbea.
La bici era minúscula, como puede verse en la foto, cabía perfectamente en el maletero del coche. Era de chica y según mi padre, una Orbea. Lo cierto es que por más vueltas que le daba, no podía encontrar entre tanto óxido nada que indicara de forma fehaciente la marca de la bicicleta.
Era un amasijo de óxido y telarañas. La pintura, desconchada e inservible. Los mecanismos, ejes y rodamientos, atascados y chirriantes. Sin embargo, como todo lo antiguo, tenía ese aroma que hace que nos interesemos por ello, que estemos dispuestos a dedicar un buen número de horas a recuperar su estado original.
Entre las cosas más llamativas, por su diferencia con las bicicletas modernas, destacaban los frenos de varilla, que mediante barras conseguían movilizar las pastillas de freno. El asiento de cuero “Campeón” también nos transportaba a otra época.
Como he dicho, ya echaba de menos el óxido. Había depurado mucho la técnica con la Sanglas después de probar muchos métodos, así que partía desde una posición ventajosa. Me habían hablado del ácido óxalico para eliminar el óxido, como producto que lo eliminaba sin atacar a cromados ni a pintura. Había que probar tan milagroso potingue, que además me daría un buen servicio si funcionaba con la Sanglas. Tras mucho buscar en droguerías acabé encontrándolo en la farmacia. Era un método más a añadir a las formas de eliminar óxido de una moto.
El producto viene en polvo. Se disuelven dos o tres cucharadas en un cubo con agua y se sumergen las piezas oxidadas. Podría haber sumergido la bicicleta entera, pues costaba encontrar un trozo de metal entre tanto óxido.
Mientras dejaba que el óxalico cumpliera su función con las piezas más pequeñas, que podían ser sumergidas, comencé a aplicar las técnicas aprendidas con las piezas más grandes, esto es, lubricar y frotar con el estropajo de acero inoxidable o nanas.
Fue entonces cuando, debajo de la primera capa de óxido, encontré la primera pista sobre la marca, ya que como he dicho, en la pintura no había ningún indicativo visible, y por internet no había conseguido identificar un modelo tan antiguo.
Apenas se apreciaba, pero efectivamente no había duda, se trataba de una Orbea. De una Orbea muy antigua.
Al fondo, observándolo todo, la Sanglas, como no podía ser de otra manera.
Limpié todos los ejes con una brocha y gasolina, para desprender la grasa adherida a ellos durante tantos años, y volví a engrasar los rodamientos, que me dieron bastante lata, empeñados como estaban en caer y rodar por el suelo. A medida que iba limpiando iban apareciendo más señales de la marca, mucho más nítidas.
Comenzaron a vislumbrarse los primeros resultados con el óxido. El óxalico eliminó gran parte del mismo en las piezas pequeñas, aunque tuve que repasarlas a conciencia con el estropajo. El resultado final fue bastante satisfactorio. De todos modos el óxido había atacado en profundidad a las piezas y a los cromados, de forma que, aunque lo eliminara, no podría devolverlas a su estado original.
Utilicé la Orbea como prueba de pintura para la Sanglas. Me pertreché de pistola, compresor y pintura e incluso construí una rústica cabina para evitar que el polvo arruinara mi trabajo.
Lijé a conciencia toda la superficie de la bici, apliqué una primera capa de imprimación, varias de pintura y finalmente una capa de barniz, eliminando las irregularidades entre capa y capa con lija fina de agua.
Creo que el resultado de mi primera restauración de una bicicleta fue bastante satisfactorio. Había aprendido nuevas técnicas que me servirían en el futuro, aún me quedaba mucho por mejorar en la pintura, pero había dado un gran paso.
En unos pocos días, la pequeña Orbea había pasado de ser un amasijo de oxido y polvo, a una más que decente bicicleta clásica. Aún quedaba mucho por hacer, como conseguir unas pegatinas de la marca, o cambiar las cubiertas, pero el germen de la restauración de bicicletas, estaba también plantado.
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